El Tango

Espacio y lugar

La palabra milonga quiere decir palabra.

De allí, de las milongas, que por extensión eran también el centro de reunión de baile de los negros, de la parodia del baile de esas milongas nace el tango.

Con una coreografía hecha por varones que copiaban el movimiento de los bailarines exagerando la cadencia y el balanceo propias del bailongo.

El lugar geográfico de sus orígenes es el límite entre la ciudad y el campo, entre la vida moderna y las costumbres arraigadas de las casas bajas, los arrabales.

Este espacio imaginario le da su topografía: es una danza (así nace, como baile) liminal,  que surge entre dos mundos. Híbrido se lo llamará luego por la mezcla de ritmos que lo componen. 

Pero su mezcla no es solamente musical: la habanera, el fandango, el tanguillo andaluz, el candombe. Es también topográfica. En su ritmo resuenan los tambores de África, la languidez de Cuba, el picadito alegre de España, y, por que no, la dulce nostalgia de algunos valsecitos criollos.

La palabra milonga quiere decir, en dialecto africano, palabra. Pero no es por ella que nace el tango.

El tango nace como danza, música, sonido y ritmo, melodía y compás, movimiento, cadencia y silencio. Los cortes y quebradas le darán su impronta a los cuerpos entrelazados de los bailarines en un espacio delimitado que luego se llamará pista.

Al comienzo ese espacio es la calle, la vereda, el piringundín, la glorieta.

El espacio y el lugar no son sinónimos. Lacan, en sus Escritos, nos presenta el espacio en dos dimensiones: imaginaria y simbólica. El lugar, como se usa decir ahora, equivale a una posición de enunciación, responde a lo que habla en el sujeto. Añado la dimensión de lo real, la lengua, aquello que modela los cuerpos con su particular modo de goce.

El tango inventó al porteño, le concedió su gracia, el “canyengue en las caderas”, su particular forma de pararse y de mirar. El porteño creó una lengua: el lunfardo. El espacio deja de ser geográfico para trasmutarse en una topología. Borges lo define así: “A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires, la juzgo tan eterna como el agua o el aire”.[1]

Jacques Alain Miller, por su parte, nos indica que, en general, hacemos una espacialización del tiempo. Tendemos a pensar “la distancia que separa una era de otra”, o, pensando en el pasado, lo sentimos “lejano” o “cercano” a nuestra vida cotidiana. De modo que en cierta medida espacio y tiempo se confunden.

Esta introducción intenta delimitar un punto de arranque, aunque sabemos que los orígenes del tango se pierden por 1880, a fines del siglo XIX. Ese inicio nos lo muestra “burlón y compadrito”, como lo calificara muchos años después Discépolo.[2]

En cuanto a su espacio geográfico inicial no hay mejor descripción que la que Borges nos diera en su poema titulado Arrabal.[3]

El espacio de los cuerpos en el baile

Según Sergio Pujol[4] una de las características del Buenos Aires de fines del siglo XIX y principios del XX era que ¡sobraban hombres! Parece que la inmigración masiva virilizó la ciudad y faltaban mujeres. Eran otros tiempos…

El caso es que esto no explica demasiado la maldición que recae sobre su danza y menos aún sobre aquellos o aquellas que se atrevían a bailarlo en público. Hasta los años 20 las chicas de buena familia no lo bailaban más que con algunos familiares y sólo por curiosidad…

Comencemos por los cuerpos.

El Tango es un baile de pareja heterosexual, cuya primera figura es el abrazo. Y dos cuerpos abrazados no auguran nada virginal. Más bien es, por excelencia, la imagen de un encuentro amoroso entre un hombre y una mujer.

Como señala Pujol en su libro no es la primera danza donde se toman de la mano, de la cintura y del hombro mujeres y hombres para bailar. Pero acá hay un plus…

Los cuerpos de enfrentan, la mujer se ubica algo ladeada para que el hombre la pueda manejar mejor, llevarla con su mano indicándole el movimiento, marcarla también con su pierna y su torso para hacerle hacer los pasos que él desea. Es el varón quien dicta la coreografía que le marcará a su dama. Ella sabrá dejarse llevar. Su cuerpo, aunque en su eje, debe ser “dócil a la marca” para captar lo que el hombre le propone y seguirlo hasta el final. La figura de los bailarines danzando, cuando “se llevan bien”, confunde al espectador: son dos en uno, y, por momentos, se ofrece a la mirada del otro un entrevero tal que no es posible saber a quien pertenece cada parte del cuerpo en movimiento.

La marca alude a la dominación: el dueño marca su propiedad, su hacienda, por ejemplo. Pero la marca es también la particularidad, el modo en que alguien deja una impronta en el otro. La bailarina, entonces, deja de ser la hija de, la hermana, la novia o la esposa de para ofrecer su cuerpo al varón que sepa transmitirle  la cadencia de su paso durante el breve lapso que dura la pieza.

El tango se camina, es una caminada particular, porque la figura que surge es en espejo. Si el hombre avanza, la mujer retrocede, si la hace girar hacia la derecha su movimiento es hacia la izquierda.

El hombre, entonces, escucha la música, sigue el compás con su cuerpo, camina el espacio acorde a las convenciones del caso y anticipa el movimiento en un signo sutil que le transmite a la mujer, sin palabras. Ella está atenta a la marca, su cuerpo sensibilizado para responder a lo que el varón sugiere y juntos crean la coreografía de la danza. Cada vez, uno por uno…

El espacio de los cuerpos se sostiene en ciertas reglas: en desacuerdo con Pujol [5]quien escribe, “…llega el momento más difícil, el del corte. El varón hace una parada y mantiene el equilibrio con las piernas medio flexionadas. El siguiente movimiento es muy comprometedor: el hombre empuja el cuerpo de la mujer sobre el suyo, frotando con sus genitales a su compañera. En otro momento de la pieza el compadrito le quiebra el camino a la mujer. No la deja pasar, la retiene, juega con su voluntad, le marca una cosa pero hace otra”.

Como se está refiriendo al baile a comienzos del siglo XX supongo que habrá leído crónicas del momento que le permiten pensarlo así.

 Pero el tango no se caracteriza por un roce o frotamiento de los genitales. Es más, ni siquiera el movimiento de caderas forma parte de su estética. Las piernas salen como flechas y la cadera se queda quieta. Sólo en algunos tangos picaditos o alguna milonguita se permite algún zarandeo, sin exagerar.  Los movimientos pélvicos nacen con el rock.

Hay un término que delimita el espacio de la pareja: Intención. Las miradas, el roce de las piernas, el desaire de la mujer, la fuerza del macho sólo tienen lugar si se manifiestan en las figuras de la danza como intención. Lo que se da a ver es el Uno, cómo dos cuerpos pueden conjugarse, acompasarse, acompañarse y crear juntos.

No obstante el goce es heterogéneo. Cada bailarín goza de la danza a su manera y los dos partenaires encuentran, en virtud de su posición sexuada, su modo de acceso particular.

Es interesante, una vez concluida la pieza, escuchar los comentarios, allí cuando la palabra toma su lugar.

Los hombres se quejan de las mujeres que no se dejan llevar, que hacen lo que quieren, que no los siguen, que les indican con el cuerpo que no quieren lo que ellos le proponen.

Las mujeres se quejan de que el tipo no baila como a ella le gusta, no sabe marcar (es la queja generalizada ya que el varón debe saber), que las aprieta y no las deja mover.

El espacio entre los cuerpos es necesario para crear las figuras. Si bien hay momentos en que se baila apilado, de la cintura para arriba, abajo debe haber espacio para inventar adornos. El abrazo es el modo de tomarse pero los cuerpos, cada uno, deben contar con su espacio propio.

Por último el espacio general también está reglado. En los años 40, cuando la juventud bailaba tango masivamente, los lugares de baile se atestaban. De modo que se crearon reglas: el tango se baila circularmente en el sentido contrario a las agujas del reloj. Quien no cumple esta regla no puede ir a la milonga. Asimismo se desalientan las sacadas o el voleo alto, ya que puede lastimar a quien está cerca.

En la pareja entrelazada la mujer puede cerrar los ojos y sólo sentir pero el hombre debe mirar con los ojos hacia abajo y al costado a medida que baila. Debe darse cuenta del espacio con el que cuenta para no hacer chocar a su compañera o detenerse ante la presencia de otros que le impedirán avanzar. La habilidad del varón le permitirá medir y calcular de acuerdo al cuerpo de su compañera y a las posibilidades que le ofrece la pista que tipo de  figuras le conviene proponer.

Un bailarín amigo, Daniel Bo,  me dice que con cada compañera se maneja diferente ya que el cuerpo de cada mujer no es igual. Esta habilidad le permite crear coreografías distintas y aún hacer bailar  a mujeres de poca experiencia.

El espacio cultural

Volvemos a pensar una manifestación artística como imbricada en la subjetividad de la época.

En su origen paródico y burlón el tango llega a la vida adulta bautizado por Europa (cuando no) con bandoneón incorporado (de origen alemán) y letras melancólicas, bien porteñas. (Pascual Contursi, quien morirá en un hospicio, crea Mi Noche Triste).

En los años 40 otros aires corrían y, sobre todo, el lugar de la mujer cambiaba.

La mujer, como la lengua, no es universal. Existen mujeres y lenguas, y cada una surge  conforme a las coordenadas sociales de su tiempo.

La mujer porteña no es más la muchacha tímida del inicio de esta danza ni, necesariamente, la perdida de los años 20.La mujer porteña comienza a tener peso social y revela, sobre todo, su papel maternal respecto del varón. Las letras de tangos de Discépolo como ¿Qué Vachaché?[6] de 1926 muestra, antes de la crisis económica del 30, el cansancio de estas hembras enseñadas a esperar alguna solución a sus vidas de parte de los hombres.

En los 40, la época de oro del tango, surge una mujer que será paradigma de su tiempo: Eva Perón, quien sostendrá con su lucha social la nueva imagen de mujer, combativa y fuerte.

Las mujeres de la época salen a bailar el tango, masivamente, a lugares públicos que ya no son de tinte marginal. Se imponen confiterías y salones de baile buenos, orquestas y cantores, surge el tango de salón y las parejas se muestran elegantes.

¿Se termina la maldición?

Más bien se afirma. Ahora el tango es maldito, mal dicho, ya que sus letras hablan de amores imposibles, indican la imposibilidad de la relación sexual.

Los jóvenes sufren la pérdida del amor, no ya por culpa de las perdidas de siempre. El varón comienza a no estar a la altura  de las circunstancias. Ellas, madres al fin, decidirán boda y entrega, ellas ocuparán un espacio social antes vedado, educarán a los hijos y a los hombres los harán de su casa. Ellos, contentos con la nueva Argentina, iniciarán el retorno al hogar.

El hombre que no tiene vicios es un maricón reza el refrán popular acuñado por el líder. No obstante, el nuevo orden social exige hombres que, finalmente, vayan del trabajo a casa y de casa al trabajo porque los espera una mujer conseguida y amada.

¿Qué lugar, que espacio se abre para esta danza, para esta canción?

Europa ya la conoce y comienza a dejarla por otras músicas, Argentina la adopta como “típica”, lo demás es folklore. Surgen poetas, músicos, orquestas, intérpretes, bailarines, en fin profesionales del tango.

A mediados de los 50 aparece el rock y en los 60 no hay más Academias ni clubes ni espacio social para bailar el tango.

La nueva mujer, hija de la joven esperanzada de los 40 es, además, culta. Le interesa el arte, la literatura, la buena ropa, el estilo de vida estadounidense. El imperio dicta ahora la moda. Se aprende inglés y causa risa el modo de ser del porteño con aires de compadrito. Los chicos del Petit Café no quieren que los confundan con grasas. Paradójicamente se visten ajustaditos como los jóvenes de principios de siglo XX.

¿La historia se repite?

Sí, pero no de la misma manera. La repetición demanda lo nuevo, enseña Lacan.

El ingreso de dos generaciones después al baile de tango con una proliferación de lugares y estilos exagerada señala la longevidad de esta “diablura”, al decir de Borges.

Algunas reflexiones me hicieron pensar en su retorno, como aquello que insiste: el espacio que ofrece el tango, su danza, su coreografía, su historia enlazada a la música no es más que una puesta en acto de la no relación sexual. (Sintagma con el que Jacques Lacan se refiere a la heterogeneidad del goce fálico y el femenino).

El encuentro es breve, se goza y al concluir no son más dos que hacen uno, es cada uno exiliado del otro, separados.

¿Hay una ganancia de saber a lo largo de este lapso que va de fines del siglo XIX a principios del XXI?

No lo sé, pero sé que los cuerpos en el espacio de las milongas se parecen entre sí y lejos de las formas de otros tiempos lo escrito en el cuerpo deja su marca.

Lic. Mirta Vazquez de Teitelbaum


[1] Jorge Luis Borges. Cuaderno San Martín. (1929).  Fundación Mítica de Buenos Aires.  Obras Completas. Tomo I. 1996. Editorial Emecé. Pág. 81

[2] Enrique Santos Discépolo. El Choclo. 1946. (con música de Carlos Marambio Catan estrenada en 1905) Letras de tango, Selección José Gobello, Cuaderno 18. Ediciones Centro Editor. 

[3] Jorge Luis Borges. Fervor de Buenos Aires. María Kodama y Emecé Editores.1993. Pág.65

[4] Sergio Pujol. Historia del baile. Editorial Emecé. 1ª. Edición. 1999.

[5] Sergio Pujol. Ídem.  Pág. 37

[6] Letras de tango. Obra citada. De Enrique Santos Discépolo este tango estrenado por Tita Merello en 1926 se logra imponer a fin de la década luego de que Azucena Maizani lograra, en 1928, su gran éxito con Esta Noche me emborracho del mismo autor. Página 113. Cuadernillo 8.